En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía un par de hidalgos de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.

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Es, pues, de saber, que estos sobredichos hidalgos, los ratos que estaban ociosos (que eran los más del año) se daban a traducir libros de asiáticos con tanta afición y gusto, que olvidaron casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de sus haciendas; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendieron muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros con dibujitos.